¿Seríamos capaces de detectar vida en la Tierra si la observáramos desde muy lejos?
Hace ya unas tres décadas que
descubrimos el primer exoplaneta, el primer planeta orbitando alrededor de una
estrella diferente al Sol. Desde entonces y especialmente en la última década
hemos detectado más de 5 000 de estos planetas orbitando estrellas muy
diferentes de nuestra galaxia. Al principio apenas éramos capaces de detectar
planetas gigantes, similares a Júpiter o incluso más grandes, orbitando muy
cerca de su estrella, pero con el tiempo y con años de conocimiento acumulado
hemos llegado a detectar planetas similares al nuestro e incluso más pequeños,
de tamaño parecido al de nuestra propia luna.
También desde hace pocos años
hemos empezado a interesarnos por sus atmósferas, midiendo su composición y su
temperatura. Instrumentos como el telescopio James Webb pueden a día de hoy,
aunque aún con dificultad y largas sesiones de observación, establecer la
composición a grandes rasgos de algunos planetas concretos. Toda esta búsqueda
de otros mundos distantes es sin duda interesante en sí misma, pero está
motivada en parte por nuestro deseo de encontrar vida más allá de la Tierra. La
esperanza es que si miramos a suficientes de estos mundos en suficiente detalle
podremos detectar pruebas inequívocas de que al menos uno de ellos contiene
vida. De momento no hemos encontrado nada, ni el más mínimo indicio de que
exista, pero ¿a qué se debe esto? ¿No hemos detectado vida extraterrestre
porque simplemente esta no existe, o al menos no en nuestra región de la Vía
Láctea o por qué aún no tenemos los instrumentos necesarios para detectarla?
La opción más probable ahora
mismo parece la segunda. No ha sido hasta los últimos años que hemos podido
detectar exoplanetas en grandes cantidades e incluso a día de hoy aún
dependemos de que se den las condiciones óptimas en la órbita y tamaño de
dichos exoplanetas para poder caracterizarlos sin problemas. Sin ir
literalmente más lejos, no hemos sido capaces de detectar la presencia de
ningún planeta alrededor del par Alfa Centauri A y B, las segundas estrellas
más cercanas al Sol y tenemos dificultades para detectar y estudiar planetas
alrededor de Próxima Centauri, la estrella más cercana al Sol.
Puesto que no podemos más que
teorizar lo que supondría detectar vida en otro planeta, una buena opción para
entender la magnitud del problema es plantearnos si podríamos detectar vida en
el planeta Tierra si una copia de él (con humanos y la biodiversidad actual
incluidos) orbitara alrededor de una estrella similar al Sol situada a varios
años luz. En primer lugar, como ya hemos visto, según la disposición de esa
segunda Tierra con respecto a nosotros podría resultar imposible, o muy
complicado, detectarla, saber que existe. Si esa segunda Tierra no orbitara de forma
que periódicamente (una vez al año) se situara directamente enfrente de su
estrella, bloqueando parte de su luz, es poco probable que pudiéramos
detectarla. Por un lado, las imágenes directas de exoplanetas solo han servido
para detectar un pequeño porcentaje de estos y la mayoría de ellos eran
planetas gigantes orbitando a gran distancia de su estrella. Otros métodos como
el que utiliza el tirón del planeta en su estrella, midiendo la oscilación de
la estrella en cada órbita, se verían probablemente saturados por la influencia
de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.
Suponiendo que se diera la
orientación correcta y que conociéramos de la existencia de la otra Tierra,
necesitaríamos entonces caracterizar su atmósfera, estudiar su composición y su
temperatura. Esto por supuesto no puede hacerse con una simple observación de
unas pocas horas, sino que requiere recopilar datos durante largos periodos de
tiempo. Por un lado porque las señales provenientes de la atmósfera de un
planeta como la Tierra, ya sea por luz reflejada o por luz dispersada por ésta,
serían tan tenues, que apenas podríamos distinguirlas del ruido de fondo. Por
otro lado, no solo necesitaríamos conocer la composición general de dicha
atmósfera, sino también la cantidad de sus gases minoritarios y cómo estos
varían en función del ciclo del día y la noche, de las estaciones o de qué cara
del planeta estemos observando. Un estudio reciente ha estudiado la Tierra como
si de un exoplaneta se tratara. Es decir, han monitorizado todas estas variables
desde aquí, para conocer cual es la imagen real y para después extrapolar a lo
que seríamos capaces de detectar desde años luz de distancia.
En este estudio han observado que
efectivamente las cantidades de algunas moléculas como dióxido de carbono, metano,
ozono u óxido de nitrógeno varía a lo largo del año y que esta variación es
diferente en función de si lo que estamos observando es un océano, un
continente o incluso un casquete polar. En el estudio concluyen que se
necesitarían varios años de observación minuciosa, con instrumentos como el
telescopio James Webb o incluso más sensibles, para poder caracterizar una
atmósfera como la terrestre correctamente. Dada la demanda de uso que tiene
este telescopio espacial, cuestionan que sea factible plantear una misión así
que, incluso de hacerse, solo podría monitorizar con ese nivel de detalle unos
pocos planetas.
Según ellos será necesario
esperar a observatorios espaciales todavía más sensibles y diseñados
específicamente para el estudio de exoplanetas, para tener alguna posibilidad
de estudiar al detalle necesario atmósferas de planetas como la Tierra y, con
suerte y algo de tiempo, detectar señales inequívocas de vida extraterrestre en
alguno de esos planetas.
..
Comentarios
Publicar un comentario