Europa construye dos supercomputadoras en túneles gigantes bajo tierra
El continente europeo entra en la era de la computación extrema con dos superordenadores capaces de revolucionar la investigación científica, la inteligencia artificial y la sostenibilidad tecnológica.
Durante las últimas décadas, la supremacía en
el campo de la supercomputación ha pertenecido casi en exclusiva a Estados
Unidos y China, cuyos colosales sistemas HPC (High Performance Computing)
dominan las clasificaciones mundiales. Sin embargo, Europa ha decidido dar un
paso adelante y competir en igualdad de condiciones con dos de los proyectos
tecnológicos más ambiciosos de su historia: JUPITER, en Alemania, y Olivia, en
Noruega.
Estos superordenadores representan no solo un
avance científico, sino también una apuesta estratégica por la independencia
tecnológica europea, capaz de impulsar desde la investigación cuántica hasta la
inteligencia artificial en lengua propia.
JUPITER:
el primer superordenador europeo en superar el quintillón de operaciones por
segundo
El primero de ellos, JUPITER, desarrollado
por la empresa Eviden (grupo Atos), se instalará en el Centro de
Supercomputación de Jülich, en Alemania. Será el primer ordenador del
continente capaz de superar el umbral de un quintillón de operaciones por
segundo, una cifra que marca el paso hacia la llamada era exaescala.
JUPITER permitirá avanzar en campos como la
meteorología, la inteligencia artificial, la física cuántica o la simulación
del cerebro humano, abriendo la puerta a investigaciones imposibles con la
tecnología actual. Según los expertos, su capacidad para procesar grandes
volúmenes de datos en tiempo real impulsará una nueva generación de
descubrimientos científicos y modelos climáticos de precisión.
Además, se prevé que el sistema sirva como
base para entrenar redes neuronales avanzadas, mejorar los algoritmos de predicción
meteorológica y optimizar procesos industriales de gran escala.
Olivia: la
supercomputadora de Noruega que protege lenguas, clima y océanos
El segundo gran proyecto europeo lleva por
nombre Olivia, y será el superordenador más poderoso de Noruega. Su
instalación, ya avanzada, se encuentra en un lugar tan singular como simbólico:
la antigua mina de olivino de Lefdal, situada a 60 metros bajo tierra y a 700
metros en el interior de una montaña de la costa occidental noruega.
Allí, bajo roca y acero, Olivia opera en uno
de los centros de datos más sostenibles del continente, alimentado
exclusivamente con energía renovable y un sistema de refrigeración natural
aprovechando el agua fría del fiordo. Su nombre rinde homenaje al mineral que
antaño se extraía en ese mismo yacimiento.
Más allá de su potencia, Olivia destaca por
su vocación cultural y científica. Una de sus aplicaciones prioritarias será el
desarrollo de modelos lingüísticos avanzados para el idioma noruego y otras
lenguas europeas, garantizando que los idiomas minoritarios no queden
marginados del progreso de la inteligencia artificial.
“Olivia nos proporciona la capacidad
necesaria para desarrollar la próxima generación de modelos lingüísticos para
el noruego, desde la enseñanza hasta las soluciones administrativas y
empresariales basadas en IA”, ha señalado Svein Arne Brygfjeld, asesor de la Biblioteca
Nacional de Noruega.
Por su parte, Sigrun Aasland, ministra de
Investigación y Educación Superior, considera que “la llegada de Olivia marca
otro hito en la investigación en inteligencia artificial y sostenibilidad
tecnológica del país”.
El poder
bajo tierra: ciencia, cultura y sostenibilidad
El proyecto Olivia, en fase de apertura a
proyectos regulares desde este otoño, combina tecnología de vanguardia y
compromiso medioambiental, una ecuación que podría redefinir el futuro de la
supercomputación europea. Su infraestructura aprovecha la temperatura natural
del subsuelo para mantener los equipos a niveles óptimos, reduciendo
drásticamente el consumo energético respecto a los grandes centros
estadounidenses o chinos.
En conjunto, JUPITER y Olivia no solo
simbolizan la entrada de Europa en la élite mundial de la computación extrema,
sino también un modelo alternativo: sostenible, culturalmente inclusivo y orientado
al conocimiento humano.
Ambos sistemas —uno bajo los suelos de
Alemania, otro bajo la montaña noruega— están llamados a cambiar el mapa del
poder científico global, recordando que la nueva carrera tecnológica ya no se
libra solo en los cielos o en las redes, sino también bajo tierra, en el
corazón frío del conocimiento.
Comentarios
Publicar un comentario