Pruebas irrefutables de naves alienígenas en el sistema solar
© Por Avi Loeb | Imaginad una cuestión de gran
interés para el público y las autoridades en la que los eruditos sostienen que
debería prohibirse y ridiculizan a los colegas que se dedican a ella. ¿Os suena
a los teólogos del geocentrismo que persiguieron a Galileo Galilei hace cuatro
siglos? Si estuviéramos hablando de eso, podríamos sentirnos aliviados y
argumentar que hemos recorrido un largo camino desde la Edad Media hasta la
ciencia moderna, pasando por el Siglo de las Luces. ¿Cómo puede el mundo
académico oponerse a la exploración impulsada por la curiosidad sobre la
naturaleza de los objetos y fenómenos sin explicación? Pero no estamos hablando
de la Edad Media. En marzo de 2023, los científicos de la corriente dominante
reaccionaron ante evidencia intrigante sobre objetos anómalos cerca de la
Tierra negando la mera posibilidad de que uno o más de ellos pudiera ser de
origen tecnológico extraterrestre. Debatir sobre cualquier tema está bien, pero
repetir el mantra de Carl Sagan sobre que las "afirmaciones
extraordinarias requieren pruebas extraordinarias" sin buscar esas pruebas
[que es lo que realmente buscaba Sagan—N. del T.], es un argumento circular o
una profecía autocumplida. Es parecido al lenguaje de George Orwell en su
novela 1984, donde el lema del Partido es "La ignorancia es la
fuerza". El enfoque ilustrado ante evidencias intrigantes es buscar más
pruebas. Pero el hecho de que esto requiere actuar en vez de descartar la
posibilidad de plano hace que ese argumento sea impopular.
Porque, al final, las “pruebas extraordinarias
requieren financiación extraordinaria". Por ejemplo: La supersimetría fue
una afirmación extraordinaria durante décadas. Probarla requirió la inversión
de diez mil millones de dólares en el Gran Colisionador de Hadrones del CERN.
El estudio científico de objetos cercanos a la Tierra como posibles restos
tecnológicos extraterrestres no recibe financiación federal en este momento.
Los comités encargados de asignar fondos federales a la investigación espacial
están llenos de científicos de la corriente dominante que argumentan que se
deben minimizar los riesgos para ahorrar dinero a los contribuyentes. Pero la
realidad es que a los contribuyentes les fascina esta cuestión más que
cualquier otra financiada por esos comités. Además, el Congreso estadounidense
creó el año pasado la Oficina de Resolución de Anomalías en Todos los Dominios
(AARO en sus siglas en inglés), dirigida por el Dr. Sean Kirkpatrick, dependiente
del Departamento de Defensa y de la oficina del Director de Inteligencia
Nacional (DNI). El trabajo diario de estos organismos consiste en vigilar la
atmósfera terrestre en busca de objetos sospechosos y ellos serán los primeros
en detectar estas anomalías. Cuando asistí a un acto público en la Catedral
Nacional de Washington en noviembre de 2021 junto al Director de Inteligencia
Nacional Avril Haines — que estudió física como licenciada en la Universidad de
Chicago—me dijo lo siguiente refiriéndose a los Fenómenos Aéreos No
Identificados (FANI): "Siempre está la pregunta de '¿hay algo más que
simplemente no entendemos, que podría tener una explicación
extraterrestre?".
Una nueva encuesta realizada esta semana por el
profesor Brian Keating, de la Universidad de California en San Diego (UCSD),
muestra que más de la mitad de los mil encuestados creen que el primer objeto
interestelar, ’Oumuamua, era de origen tecnológico extraterrestre. Obviamente,
la verdad científica no se rige por la opinión popular y las pruebas científicas
en este caso no son concluyentes, pero el hecho de que tres de los cuatro
objetos interestelares (ISO) conocidos parecen anómalos—los meteoritos IM1 e
IM2 por su gran resistencia material y `Oumuamua por su aceleración no
gravitatoria sin cola cometaria visible—resulta intrigante para quienes
mantienen su curiosidad infantil o la mente del principiante (Shoshin) del
budismo zen. Esta evidencia no es intrigante para todo el mundo. Algunos
periodistas científicos celebraron un artículo de Nature la semana pasada y
decidieron ignorar un artículo que demostraba que los cálculos en el artículo
de Nature violaba la ley de conservación de la energía, para "no confundir
a sus lectores." El sentido común sugiere que si el público y el gobierno
definen el estudio de los fenómenos aéreos no identificados (FANI) y los ISO
como importante, es deber civil de los científicos ayudarles a averiguar la
naturaleza real de estos objetos anómalos. ¿Cómo puede el mundo académico,
incluida la comunidad SETI, oponerse a la exploración impulsada por la
curiosidad sobre la naturaleza de los FANI y los ISO? Esta reacción no es una
reliquia de la historia antigua, sino el contenido de los tuits de algunos
científicos en los últimos días. Este rechazo es especialmente desconcertante si
se tiene en cuenta una encuesta reciente realizada por la profesora Elizabeth
Stanway de la Universidad de Warwick (Reino Unido), según la cual el 93% de los
astrónomos británicos (223 de 239 encuestados) expresaron su interés por la
ciencia ficción, mientras que el 69% (164) afirmaron que había influido en sus
elecciones vitales o profesionales.
El sentido común no es común cuando un tema toca un
nervio sensible de la psique humana. En este caso, se trata de la arrogante
noción de que somos los más listos del cosmos [algo que Sagan criticaba duramente
en sus declaraciones y en el capítulo The Great Demotions, de su imprescindible
libro Pale Blue Dot—N. del T.] Seguramente nos resultaría más fácil ganar la
competición cósmica si estuviéramos solos.
El Proyecto Galileo, financiado por donaciones
privadas, se dedica al estudio científico de los fenómenos anómalos sin
identificar y los ISO como posibles reliquias tecnológicas. El equipo de
investigación Galileo ya ha montado un observatorio en funcionamiento en un
edificio de la Universidad de Harvard y está planeando una expedición al Océano
Pacífico para recuperar reliquias del primer meteoro interestelar, el IM1. Su
primera colección de artículos científicos, redactada hace medio año, se hará
pública el mes que viene tras ser revisada por expertos. Al igual que el
congresista que hizo declaraciones contra los homosexuales durante años y tras
su jubilación confesó que era gay, es probable que los escépticos de hoy se
conviertan en creyentes tan pronto como el Proyecto Galileo encuentre pruebas
irrefutables de la existencia de objetos tecnológicos extraterrestres. Hasta
entonces, la dirección del Proyecto Galileo se enfrenta al reto de recaudar los
fondos extraordinarios que permitirían estas pruebas extraordinarias basadas en
el principio establecido por Sagan.
Como les dije a los alumnos de mi clase la semana
pasada: "El conocimiento es fuerza. Nos permite adaptarnos a la realidad
que todos compartimos". Esto incluye la cuestión de si hay niños más
listos en nuestro vecindario cósmico. Tras una charla de dos horas a la que
asistí anoche en la Biblioteca Cary de Lexington, un chico del público me
preguntó: "¿Cree que los extraterrestres son más inteligentes que
nosotros?", y yo respondí: "Espero que sí, porque eso implicaría que
podemos aprender de ellos y aspirar a un futuro mejor que nuestro pasado".
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