¿Cambiarías tu forma de pensar si supieras que no estamos solos en el universo?
En 1961 la NASA patrocinó un estudio realizado por
la Brookings Institution conjuntamente con la National Aeronautics Space Act
para identificar los objetivos a largo plazo del programa espacial
norteamericano y su efecto en la sociedad. Entre ellos estaba una debate sobre
"las implicaciones del descubrimiento de vida extraterrestre". No fue
un análisis profundo, pero en él se resaltó lo obvio: que las reacciones ante
un posible contacto dependerían del entorno religioso, cultural y social del
momento. Y daban dos escenarios: o produciría un fuerte sentimiento de unidad
en la Tierra basado en la unicidad de la raza humana o, en su defecto, una
reacción global y única a algo extraño.
Eso sí, aventuraba un peor presagio: "La
antropología nos muestra muchos ejemplos de sociedades, seguras de su lugar en
el universo, que se han desintegrado cuando se han tenido que asociar con otras
sociedades que no conocían y que poseían ideas distintas y diferentes modos de
vida; otras han sobrevivido a tal experiencia pero pagando el precio de cambios
en sus valores, actitudes y comportamiento".
Serían los científicos, sugerían los autores del
informe, quienes más se verían afectados por el descubrimiento de una
inteligencia superior ya que "un entendimiento avanzado de las naturaleza
podría viciar todas nuestras teorías".
Diez años más tarde quedaba claro lo que hasta
entonces se encontraba en el aire: una cosa era el avance que significaría para
la biología el descubrimiento de otras formas de vida, y otra muy distinta las
implicaciones que tendría encontrarse con seres inteligentes. Era esto, y no
otra cosa, lo que intrigaba a la mayoría de los científicos y fue éste el tema
en el centro de atención del simposio que se celebró en la Universidad de
Boston, "Vida más allá de la Tierra y la mente del Hombre". Su
moderador, el astrónomo Richard Berenzden, aseguró que era la primera vez que
un panel de científicos iba a discutir en un foro abierto sobre las diferentes
consecuencias que tendría el descubrimiento de inteligencia extraterrestre.
Lo más llamativo del encuentro fue la diversidad y
disparidad de las ideas aportadas. Una de las más llamativas fue la del biólogo
y premio Nobel George Wald: "no concibo peor pesadilla que establecer
comunicación con una civilización de las que llamamos tecnológicamente
superiores –o si lo prefieren, más avanzadas–". A pesar de la tan
cacareada profecía de los grandes beneficios que tal contacto nos aportaría
–uno de cuyos defensores fue el conocido Carl Sagan– Wald continuó, conjurando
el escenario proporcionado por el informe NASA-Brookings: "el pensamiento
de que estaríamos de algún modo adheridos, como si fuera de un cordón
umbilical, a una civilización más avanzada, con su más avanzada ciencia y
tecnología no sólo no me emociona, sino todo lo contrario". Que la
humanidad descubriera por sí misma una cura contra el cáncer o el control de la
fusión nuclear era una cosa, "pero obtener tal información pasivamente del
espacio exterior gracias a una transmisión es muy diferente.
Uno podría plegarse a todas las empresas humanas
–literatura, ciencia, arte, dignidad, valor, el significado del ser humano– y
estaríamos simplemente apegados como por un cordón umbilical a 'esa cosa de ahí
fuera'." Evidentemente, los temores de Wald encontraron poco apoyo entre
el resto de los participantes. Los tres astrónomos presentes, Philip Morrison
–co-autor junto con Cocconi del famoso artículo de 1959 en Nature donde
proponía el uso de la línea de 21 cm del hidrógeno como frecuencia de
contacto–, Carl Sagan y Berenzden, junto con el antropólogo Ashley Montagu,
encontraron los temores de Wald totalmente infundados.
Para Morrison, el efecto sería "más sutil, de
larga duración, complejo y debatible que una repentina revelación de la verdad,
como letras impresas a fuego en el cielo”. En el mismo sentido se expresó el
eternamente positivo Carl Sagan. Para el astrofísico de Cornell el contacto con
otra civilización nos “restablecería un contexto cósmico a la humanidad”.
Rechazando de plano que los extraterrestres vinieran a invadirnos, Berenzden
afirmó que “podría dirigirnos a una mejora de nuestra sociedad, a una solución
de nuestra crisis ambiental, incluso a un perfeccionamiento de nuestras
instituciones”.
Lo cierto es que los científicos de las “ciencias
duras” estaban entre entusiasmados y extasiados por un posible contacto. Para
el radioastrónomo Frank Drake “las implicaciones científicas y filosóficas de
un descubrimiento de este tipo serán extremadamente grandes”; en el libro
Comunicaciones interestelares editado bajo la dirección del astrofísco de
Harvard Alastair G. W. Cameron, comentaba que “podemos esperar obtener un
enorme enriquecimiento en todos los campos de nuestras ciencias y letras,
incluso valiosas lecciones sobre cómo conseguir un gobierno mundial estable”;
Bernard Oliver -primer director de los laboratorios Hewlett-Packard- hablaba de
nuestra “herencia galáctica” y de “la salvación de la raza humana” gracias al
contacto. Estamos ante el escenario de la Enciclopedia Galáctica: estas
civilizaciones ET mantendrían una comunicación fluida desde hacía tiempo,
compartiendo información y cada una de las participantes aportaría su granito
de arena a esta macropedia: sería el final de nuestro aislamiento cósmico y el
choque cultural no tendría demasiada importancia.
Para Frank Drake el impacto sería importante. Un
contacto con los “inmortales” sería un corte brusco en la sabiduría. No sólo
obtendremos información científica y técnica sino que podríamos aprender de los
“últimos sistemas sociales”, formas artísticas, y otros aspectos de la vida
todavía no imaginados; para Sagan un contacto enriquecería nuestra vida más
allá de cualquier estimación, como dejó claro en su novela Contacto. Todas
estas implicaciones están perfectamente descritas en una de las obras mayores
de Arthur C. Clarke, El fin de la infancia.
Pero no todo son tan optimistas. El astrónomo y
premio Nobel Sir Martin Ryle pidió que no se permitiera mandar mensajes al
espacio como se hizo el día de la inauguración de Arecibo al cúmulo globular
M13. Para los astrónomos Kuiper y Morris el efecto de un descubrimiento
dependería del nivel relativo de desarrollo de las dos civilizaciones en juego.
Si es muy avanzada abortaría nuestro desarrollo enfrentados a un shock
cultural. En lugar de enriquecer ese almacén de conocimiento galáctico,
simplemente lo absorberíamos: “las mejores de nuestras mentes se dedicarían
durante generaciones a digerir la tecnología y experiencias culturales de una
sociedad mucho más avanzada”.
Pero todo esto no son más que expresión de los
deseos y creencias de un puñado de científicos. ¿Tenemos alguna forma de intuir
por dónde irán nuestra reacción, la del hombre y mujer de la calle, ante un
contacto ET? La única forma de hacerlo es a través de encuestas. Todos los
estudios, aunque escasos, han puesto de manifiesto que la mayoría de la gente
cree que la existencia de civilizaciones extraterrestres es muy probable: de
manera consistente 8 de cada 10 encuestados creen que no estamos solos en el
universo. ¿Y cómo nos influiría un contacto? En 2011 Ted Peters publicaba en la
revista Philosophical Transactions of the Royal Society A los resultados de una
encuesta realizada a 1300 personas de todo el mundo y de diferentes
confesiones: la inmensa mayoría afirmó que su fe no se vería trastocada tras un
contacto.
Este dato viene refrendado por otras dos realizadas
en España años atrás. Una fue realizada con motivo del 25 aniversario de Muy
Interesante y cuyos resultados fueron presentados en el Symposium on
Interstellar Communication in Cross-Cultural Perspective II celebrado en 2006:
de un total de 3500 encuestas recibidas de lectores de España y Latinoamérica
el 40% contestó que un posible contacto cambiaría poco o nada su visión
religiosa del mundo. Un resultado llamativo teniendo en cuenta el sesgo del
lector de Muy Interesante, con un interés alto en ciencia y tecnología y, por
tanto, propenso a pensar en la línea de los científicos antes citados. En 1995,
un estudio similar realizado en Aragón por Fernando Salamero y quien esto
escribe y presentado en el congreso The Search for Extraterrestrial
Intelligence (SETI) in the Optical Spectrum II, se encontró que un 70% de los
encuestados no creía que se verían influídos religiosa o filosóficamente por un
contacto.
En contra de lo dicho por dijo Daniela de Paulis,
del proyecto Artists in Residence del Instituto SETI en un comunicado de
prensa, que “recibir un mensaje de una civilización extraterrestre sería una
experiencia profundamente transformadora para toda la humanidad” no parece que
para el común de los mortales lo vaya a ser tanto.
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