Las galaxias solo tienen 100 años
En la noche entre el 5 y 6 de octubre de 1923, hace
hoy 100 años, nacieron todas las galaxias para los humanos. En esa fecha, Edwin
Hubble tomó una foto de lo que él llamaba nebulosa Messier 31 y ahora conocemos
más como Andrómeda. A la mayoría de astrofísicos no nos gusta la palabra foto,
preferimos hablar de imágenes del cielo, pero es que Hubble realmente usó una
placa fotográfica. La placa con la que hizo la famosa fotografía medía unos
10x13 cm², tomó datos durante 45 minutos a través del telescopio Hooker de 100
pulgadas del Observatorio del Monte Wilson, en lo que hoy es un lugar
tremendamente contaminado por la luz de Los Ángeles. Esa placa fotográfica,
llamada H335H —placa 335 de Hooker tomada por Hubble—, se puede concebir como
la partida de nacimiento que los humanos creamos para todas las galaxias, el
primer registro.
No es muy conocida, pero esa foto debería ser
icónica, incluyendo la inscripción en rojo que Hubble hizo sobre ella: escribió
“VAR!”, tachando además una “N” que estaba al lado de una estrella.
Inicialmente, había identificado un pequeño objeto visible en la foto como una
nova, una estrella que aleatoriamente habría incrementado su brillo de manera
breve, para luego apagarse y volver a ser bastante más débil. Pero esa noche
descubrió, con sorpresa, si nos guiamos por el signo de exclamación, que la
estrella variaba su brillo de manera periódica.
Eso era exactamente lo que andaba buscando. En esa
noche de otoño de 1923 habían pasado ya más de tres años desde el conocido como
Gran Debate, en el que se discutió sobre si la Vía Láctea era todo el universo
o si podían existir otros sitios parecidos a la Vía Láctea, otras… ¡En ese
momento no había palabra para lo que hoy conocemos como galaxias! Las opciones
que se discutieron en el Gran Debate eran dos. Una decía que lo que se conocía
como nebulosas espirales, como esa Messier 31 que nombramos en el primer
párrafo y que se conocía con ese nombre desde que a finales del siglo XVIII
Charles Messier publicara su Catálogo de nebulosas y cúmulos de estrellas, eran
parte de nuestra Vía Láctea. La otra opción era que más bien se trataba de
otros objetos parecidos, más allá de los límites de nuestra casa. Ese debate,
en el que se expusieron argumentos a favor de las dos posibilidades, lo ganó la
opción que tres años más tarde se demostraría errónea, que el universo se
limitaba al tamaño de nuestra Vía Láctea. La ciencia a veces da pasos hacia
atrás para pegar saltos hacia adelante. Nótese que me ha costado horrores no
escribir galaxia en este párrafo, pero es que la palabra no existía tal y como
hoy la conocemos, y el Gran Debate no auguraba nada bueno para esa palabra.
A Hubble no le debió convencer mucho lo que se
concluyó en el Gran Debate, porque él siguió intentando contestar a una
pregunta tan básica (pero fundamental) que parece hecha por un niño: ¿qué
tamaño tiene el universo? Y para ello estaba buscando un tipo de estrellas que
se habían descubierto, unos 10 años más tarde de que Messier construyera su
catálogo, en 1784, y que variaban su brillo periódicamente. Más de un siglo
después, en 1908, la ciencia avanza lentamente: la astrónoma Henrietta Swan
Leavitt descubrió que el periodo de variabilidad de esas estrellas dependía de
su luminosidad. Esas estrellas se conocen como cefeidas, porque la primera
(bueno, hoy creemos que fue la segunda) descubierta fue la cuarta estrella más
brillante de la constelación de Cefeo, padre de Andrómeda (¡qué casualidad!). Y
de ahí, su nombre, Delta Cephei, y el calificativo a este tipo de estrellas,
las cefeidas.
Hubble sabía que esa gran propiedad de las cefeidas
que nos regaló el universo podía servir para determinar la distancia a objetos
lejanos. Solo había que buscar cefeidas, estudiar su variabilidad, determinar
su periodo (todo con mucha paciencia y la ayuda de computadoras humanas), y con
él calcular su potencia intrínseca (la energía que liberan por segundo), lo que
los astrofísicos llamamos luminosidad (porque hay mucha historia en la
astrofísica y nos resistimos a usar la palabra física adecuada: potencia). Al
comparar esa potencia con la luz que recibimos se podía calcular la distancia.
Basta con usar la descripción físico-matemática de la muy obvia propiedad de
que los faros, por muy brillantes y cegadores que sean al verlos de cerca, se
ven más débiles a distancias cada vez más grandes.
Con ese gran objetivo en mente, hoy podemos decir
que la noche del 5 al 6 de octubre de 1923 Hubble descubrió la inmensidad del
universo. Con las observaciones de esa noche y varias más en las siguientes
semanas, Hubble calculó que la distancia a Andrómeda era unos 2 millones de
años luz. En el Gran Debate se mencionaron tamaños de la Vía Láctea de entre
30.000 y 300.000 años luz, así que el cálculo de Hubble no ofrecía duda: esa
estrella, hoy conocida como V1 (y observada por el telescopio Hubble 80 años
después), que seguramente pertenecía a la nebulosa de Andrómeda, estaba
muchísimo más lejos que los confines de la Vía Láctea. Es más, a esa distancia,
y teniendo en cuenta el tamaño de la nebulosa en el cielo, ahora usando otra
ecuación físico-matemática que expresa que los objetos distantes parecen más
pequeños que lo que son (algo que, en general, es mentira, pero esa es otra
historia) se podía calcular que Andrómeda tenía un tamaño parecido a la Vía
Láctea.
Las otras muchas nebulosas conocidas en ese momento
estaban a distancias tan o más grandes que esos 2 millones de años luz, algo
que Hubble y otras astrónomas midieron en años sucesivos. Poco importa que las
distancias de Hubble estuvieran equivocadas en un factor 2. Los números eran
tan grandes que solo cabía concluir que había otras vías lácteas, otras…
Galaxias. Había nacido un nuevo término, una nueva rama de la ciencia, una
concepción del universo completamente nueva. En una noche hace 100 años tomamos
los datos para aprender que el cosmos es gigantesco, su tamaño cambió para
nosotros para siempre en un abrir y cerrar de obturador de cámara fotográfica
(que fue de 45 minutos). Estábamos, además, a las puertas de un cambio de
paradigma de nuestra concepción del cosmos, del que poco después se descubriría
que estaba en expansión, gracias también a esa “placa VAR!” y esa primera
cefeida de M31 descubierta por Hubble hace 100 años. El universo no fue lo
mismo desde ese momento.
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