El telescopio del Vaticano en Arizona: ciencia y fe en la cima del Monte Graham
Una instalación astronómica controlada por la Iglesia desde 3.000 metros de altitud busca unir teología y cosmología
En un rincón remoto
del sureste de Arizona, a 250 kilómetros de Tucson y a casi 10.000 de Roma, se
alza el Telescopio de Tecnología Avanzada del Vaticano (VATT), una instalación
astronómica que no solo sorprende por su moderna ingeniería, sino también por
su propietario: la Santa Sede. Esta herramienta científica forma parte del
Observatorio Internacional del Monte Graham, ubicado a más de 3.000 metros
sobre el nivel del mar, en uno de los cielos más nítidos del hemisferio norte.
La pregunta surge
inevitablemente: ¿por qué el Vaticano, una institución espiritual, mantiene
desde hace más de un siglo un observatorio astronómico, y por qué decidió
ubicar su instrumento más ambicioso en Arizona? La respuesta hay que buscarla
tanto en el legado histórico como en una renovada vocación de diálogo entre la
fe y la ciencia.
Un legado astronómico
centenario
Desde la Edad Media,
los monasterios cristianos observaron las estrellas para calcular las fechas de
las festividades religiosas. La preocupación del Vaticano por la astronomía se
remonta al menos al siglo XVI, cuando el Papa Gregorio XIII ordenó construir la
Torre de los Vientos, donde los jesuitas realizaron los cálculos necesarios
para reformar el calendario. En el siglo XIX, el Papa León XIII fundó el
Observatorio Astronómico Vaticano (OAV) con el propósito de mostrar que la
Iglesia no era enemiga del progreso científico.
Pero las luces de Roma
pronto hicieron imposible una observación clara del cielo. En 1935, el
observatorio fue trasladado al Palacio de Castel Gandolfo, residencia de verano
de los Papas. A mediados de los años 80, la contaminación lumínica obligó de
nuevo a buscar cielos más oscuros. Así, el Vaticano se alió con la Universidad
de Arizona para levantar su telescopio más ambicioso en el Monte Graham, un
enclave sagrado para la comunidad apache y hábitat de especies protegidas como
la ardilla roja, lo que generó fuertes controversias medioambientales y
culturales.
Un observatorio con
vocación teológica
El VATT, operativo
desde 1993, costó unos 4 millones de dólares. Actualmente cuenta con una
plantilla de una docena de astrónomos jesuitas que también enseñan en la
Universidad de Arizona. Desde 2024, el sistema se ha robotizado por completo y
puede ser operado a distancia desde el centro vaticano de Castel Gandolfo.
El objetivo de la
instalación no es meramente científico. La Iglesia ha buscado, a lo largo de su
historia reciente, tender puentes entre la fe y la ciencia. El Observatorio
Vaticano ha participado en investigaciones sobre la expansión del universo, la
formación estelar o la posibilidad de vida extraterrestre, en colaboración con
diversas agencias y misiones espaciales.
Entre el cielo y la
Tierra
La historia del
Observatorio Vaticano está marcada por contradicciones históricas: condenas
como las de Galileo o Giordano Bruno contrastan con figuras como Georges
Lemaître, sacerdote belga que formuló por primera vez la teoría del Big Bang en
1931. Hoy, el Vaticano no solo no reniega de la astronomía, sino que se ha
convertido en actor activo en la comunidad científica internacional.
El VATT no es un
proyecto de ciencia ficción ni un capricho esotérico. Es, en palabras de los
propios jesuitas que lo operan, una forma de “buscar a Dios en todas las
cosas”, también en las más lejanas estrellas. A 3.000 metros de altura, bajo el
cielo despejado de Arizona, la Iglesia observa el universo no para reafirmar
viejas creencias, sino para alimentar nuevas preguntas.
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