CRISIS HÍDRICA EN SIRIA | El manantial que ha abastecido de agua a Damasco durante milenios está seco

 

En el interior de una montaña sobre la capital de Siria, Hassan Bashi camina por los túneles del manantial de Ein al-Fijeh, en el valle del Barada, que hasta hace poco estaban llenos de agua. Hoy, tras el invierno más seco en décadas, apenas queda un hilo fluyendo. El manantial, que nace dentro de las ruinas de un templo romano y abastece al 70 % de Damasco, se encuentra en su nivel más bajo en casi 70 años.

Bashi, trabajador veterano del enclave, recuerda con tristeza otros tiempos: “Llevo 33 años trabajando en el manantial de Ein al-Fijeh y este es el primer año que está tan seco”, declara, mientras muestra vídeos antiguos en los que el agua llenaba el templo durante las crecidas invernales.

Cinco millones de personas, en riesgo de escasez

El manantial y el río Barada, que atraviesa la capital, son la principal fuente de agua para más de cinco millones de personas. Sin embargo, la reducción de precipitaciones y la escasa nieve en las montañas cercanas han reducido de forma crítica su caudal. Ahmad Darwish, jefe de la Autoridad de Suministro de Agua de Damasco, confirma que se trata del peor volumen de lluvia desde 1956. “El manantial está funcionando ahora en su nivel más bajo”, advierte.

Ante esta situación, las autoridades han instado a los ciudadanos a moderar el consumo y están priorizando el uso de camiones cisterna privados, lo que ha elevado el coste del acceso al agua en zonas como Abasíes, donde el suministro apenas alcanza los 90 minutos diarios. Además, los frecuentes cortes de electricidad dificultan el bombeo a los depósitos de los edificios, agravando aún más la crisis hídrica.

Recuerdo de la guerra y reconstrucción lenta

Ein al-Fijeh fue escenario de enfrentamientos durante la guerra civil siria y sufrió graves daños entre 2012 y 2017. Tras la retirada del régimen de Bashar al-Assad y la posterior toma del control por parte del grupo Hayat Tahrir al-Sham, muchos residentes regresaron a la zona. Es el caso de Tarek Abdul-Wahed, que intenta reconstruir su restaurante destruido por los bombardeos. “El manantial es la única arteria hacia Damasco”, lamenta. “Ahora parece un desierto. No hay nadie. Esperamos que los buenos tiempos regresen y que la gente vuelva aquí”.

El manantial de Ein al-Fijeh, símbolo histórico y vital de Damasco, refleja hoy el impacto del cambio climático y la fragilidad de las infraestructuras en zonas afectadas por años de conflicto. La incertidumbre crece ante la llegada del verano y la posibilidad de que el agua llegue solo una o dos veces por semana a los hogares.

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